domingo, 31 de octubre de 2010

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER: EL MAESTRO DE MAESTROS

por José G. Martínez Fernández.
Considerada "simplona" por algunos, la poesía de Bécquer es una fuente de inspiración, incluso hoy, para muchos poetas; como antes lo fuera para Rubén Darío, Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez y otros ilustres bardos.
Bécquer vivió sólo 34 años (1836-1870) y esos años le bastaron para convertirse en uno de los más grandes poetas de la historia. En vida publicó sus poemas en forma aislada. Tras su muerte sus buenos amigos editaron en libro esos textos y sus leyendas para que el mundo comprendiera qué gran artista había sido el sevillano.
Bécquer, cuyo apellido real era Domínguez, escribe poemas desde los doce años. A los trece hace un texto en homenaje al poeta Alberto Lista, en razón de su fallecimiendo. Es increíble que un poeta de tal edad hiciera semejante obra. En esos años de poeta "primerizo" Bécquer sigue escribiendo buenos poemas.
Luego vendrá la gran etapa becqueriana. Entre 1858 y 1868 escribirá sus célebres RIMAS. Será la musicalidad que encierran la mayoría de ellas lo que sorprenderá a los críticos y a los poetas de su tiempo y, en especial, a los del período posterior a su muerte (1870), cuando sus cercanos -impactados por el enorme talento del sevillano- publican todos sus poemas.
Sus influencias las tuvo desde el ancestral latino Horacio, pasando por Petrarca y llegando a obtener las de románticos como su coétaneo Espronceda, los ingleses Shelley, Byron y los franceses Víctor Hugo, Lamartine y Musset.
Así como él tuvo a esos grandes maestros, él también influyó en otros grandes poetas.
Los poetas de la Generación del 98 le deben mucho, en especial Unamuno y Antonio Machado.
Los de la del 27 también, principalmente: Alberti, Cernuda y Altolaguirre.
Fuera de España su influencia recaerá en el cubano Martí, en el mexicano Nervo y nada menos que en el padre del modernismo: Rubén Darío.
Los grandes estudiosos de las letras de ayer, como Menéndez Pelayo y los contemporáneos como Dámaso Alonso y Carlos Bousoño lo aplaudirán.
Ramón Perés, se escribe así, -académico español- lo situaba en sus estudios como pieza fundamental de la lírica de España de todos los tiempos.
Para muchos Bécquer es el más grande poeta de España después de fray Luis de León.
Realmente el gran español pertenece a la época postromántica, pero todos lo llamamos simplemente poeta romántico.
El profesor de la célebre Universidad Complutense de Madrid, Ángel Valbuena, en su Historia de la Literatura Española, dice de él:
"La poesía de Bécquer es a la vez intensa y sencilla, honda, rica de contenido poético, sumida en las esencias de la naturaleza, en un sentido de panteísmo lírico, en que el creador de belleza se funde con los sones y los aromas de todas las cosas. Entre esa embriaguez tenue de ritmos, luces y sombras, en esa atmósfera de oros y cadencias, se perfilan versos de una belleza perfecta, que por su musicalidad, su encantadora sugerencia, su inefable emoción, quedan como firmes monumentos para un autor, fuera de su época y su estilo".
El mismo Valbuena agrega: "...la poesía de Bécquer, cima de su tiempo, da la mano a los grandes poetas de toda nuestra literatura".
Y qué cierto es esto.
Dijo Bécquer: "una flor se mecía/ en compasado y dulce movimiento"... En GLADIOLOS el gran poeta chileno Óscar Hahn señala algo parecido. Entre otros poetas recientes en que se muestra el influjo del verbo becqueriano está el nicagarüense Ernesto Cardenal.

José G. Martínez Fernández

miércoles, 20 de octubre de 2010

Chile Premia a sus Mejores Escritores del 2010

El Consejo de la Cultura entregó Premio a las Mejores Obras Literarias 2010 y "Premio Roberto Bolaño". Desde el año 1993 el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, a través del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, entrega este reconocimiento a importantes escritores nacionales en las categorías Obras Publicadas y Obras Inéditas.
En esta oportunidad postularon 345 títulos (143 publicados y 202 inéditos), donde, por género, resultaron ganadores los siguientes autores en la categoría Obras Publicadas: José Gai en Novela, por su obra "Los Lambton", la cual da cuenta del drama social y la lucha de clases entre los mineros del salitre y el hierro.
En Poesía, Jorge Velásquez se adjudicó el premio con el título "Guaitecas", la obra utiliza como soporte material histórico y documental.
En género Cuento, Lilian Elphick Latorre fue quien ganó gracias "Bellas de sangre contraria"; ésta trata los mitos clásicos que involucran a la imagen de la mujer en forma paródico-satírica.
"Un juez en los infiernos. Benjamín Vicuña Mackenna" le valió el reconocimiento en el apartado Ensayo a Manuel Vicuña Urrutia. El jurado destacó el impulso ensayístico del autor en la forma de abordar una bibliografía.
Flavia Radrigán y Juan Radrigán con su obra literaria "En el nombre del padre y de la hija" fueron escogidos en género Teatro. En la creación, ambos dramaturgos (padre e hija) dialogan generacionalmente acerca de temas comunes, tales como la marginalidad en sus dimensiones sexual y artística.
El concurso premia, además, a la mejor obra literaria publicada para niños y niñas, denominada "Marta Brunet". Este año Alberto Rojas M. con "La hermandad del viento" fue distinguido gracias a la narración que realizó al estilo de las clásicas obras de aventuras.
En la categoría Obras Inéditas, Matías Kuntnstmann con la novela "Lo improbable de mí" resultó ganador en ése género.
En Poesía, César Cabello hizo lo mismo con su obra "Industrias Chile". Sergio Gómez fue premiado gracias a "Cinco escritores" en el género cuento y, finalmente, en ensayo, Rodrigo Gainza fue honrado con la obra titulada "Intencionalidad y evolución".
"El reconocimiento a los escritores nacionales consagrados y a los artistas emergentes que se están iniciando en los distintos géneros literarios, es una prioridad para nosotros como Consejo de la Cultura. La buena escritura es garantía de permanencia en el tiempo de la cultura y la idiosincrasia de los países, trascendiendo generaciones y constituyéndose una ventana abierta a quienes se interesen por nuestra historia y su relato", dijo el Ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke.

Premio de Periodismo Embotelladora Andina 2010:

EL PROVOCADOR DISCURSO DE MOSCIATTI

Con cada palabra que leía Nibaldo Mosciatti, el rostro de la ministra de la Secretaría General de Gobierno, Ena von Baer, se descomponía cada vez más. Lo mismo le pasó a Juan Claro, presidente del directorio de Embotelladora Andina que la acompañaba en la testera, y a los militares, empresarios y autoridades invitados. Era la 31ª versión de una ceremonia formal y protocolar, la entrega del Premio de Periodismo Embotelladora Andina 2010, donde el periodista de Radio Bío Bío era el invitado de honor, el galardonado por su trayectoria. Pero el protocolo se esfumó apenas comenzó su discurso. Desde un comienzo, Mosciatti disparó contra la Universidad Católica, la Iglesia, la dictadura, los militares y los periodistas al servicio de las relaciones públicas y el poder. A éstos últimos los retrató desde “un rincón un poco humillante, como esas casuchas para los perros guardianes, que te guarece de la lluvia pero que incuba pulgas y garrapatas, pero allí nunca falta el tacho con comida”. El calibre de sus palabras provocó que la ministra Von Baer, quien habló a continuación, se saliera de libreto para replicarlo. Lea aquí el discurso completo de Nibaldo Mosciatti.

Como el orden de los factores SÍ altera el producto, este discurso comienza así: ¡Familia!, Constanza y retoños, amigas y amigos, queridos auditores, añorados lectores, circunstanciales televidentes, jurado del premio, embotelladora del premio (siempre hay que ser bien educado), autoridades varias y vagas; autoridades en la vaguedad. O sea, en la distancia. Amablemente.
Este texto consta de tres partes. A saber: agradecimientos, reflexiones sobre el oficio y, finalmente, piloto para un espacio de radio de trasnoche. Vamos, pues…
1.- Agradecimientos:
Quiero agradecer a mis maestros. A los que, primero, me enseñaron. Quiero agradecer a mis padres. El rigor de la Loli y la fantasía de Pocho. La perseverancia y pasión de ambos. El aprendizaje de ver pasar el río, de plantar algunos árboles. El vivir la vida sin ambición por el dinero, ni ínfulas sociales.
En este oficio de periodista quisiera haber heredado una pizca del talento, la sensibilidad y la rebeldía de mi padre. Sin esas cualidades, el periodismo se convierte en otra cosa: en una simple reproducción de discursos, en un engranaje más de las máquinas de los poderes y los poderosos, en esa cosa amorfa, triste, gelatinosa, y, a veces, ruin y malvada, que son las relaciones públicas o todo tipo de comunicación que está al servicio de unos pocos en detrimento de la mayoría anónima.
Quiero agradecer, andando ya el camino, a algunos profesores. De mi colegio: Lamiral, Varela, Tolosa, Fierro, Boutigieg, Pilon, Biancard. La añoranza de ese espacio de libertad cuando la libertad escaseaba.
Y de la Universidad… allí, en verdad, gracias a pocos. Es más, si hablo largo terminaría a los garabatos y repudiando a muchos de esa Universidad Católica, la UC de aquella época, puta prístina de la dictadura, con sus sapos, sus silencios cómplices, sus injusticias mofletudamente bendecidas, bendecidas por sus monseñores y sus autoridades venenosas que no se arrugaban en tolerar, avalar y alentar la brutalidad para preservar el orden, que era un orden chiquitito, orden sólo de ellos.
Doble mérito entonces para mis profesores de la Universidad a los que agradezco: Juan Domingo Marinello, Cacho Ortiz, Gustavo Martínez y los Óscares: Saavedra y el RIP González, lo que no es maldad, porque todos nos vamos a morir. Así es que RIP nomás.
Y, en el oficio, más gracias. Gracias a algunos que me apuntalaron, mostrándome matices de dignidad: Salvador Schwartzmann, Jaime Moreno Laval, Mario Gómez López, Gabriela Tesmer.
Los otros, los amigos que me enseñaron y que, por sobre todo, quiero: Andrés Braithwaite, el mejor editor de prensa escrita que haya conocido nunca; Pancho Mouat; los laberintos del pensamiento de Ajens; Pablo Azócar y el filo de su pluma; Rafael Otano y su erudición que te obliga a ubicarte donde siempre debe ubicarse un periodista, que es en la ignorancia; y Patricio Bañados, que me ha mostrado el valor de las convicciones y la decencia que debería imperar en este medio. Pero ustedes lo saben: NO impera.
En cuanto al premio mismo, gracias al premio, que permite esta convocatoria. Así veo a gente que quiero. Premio gracioso y gaseoso. Tan gracioso que creí que era pitanza. Premio de fantasía y bebestible, para mí, que me ufano de haberme criado bebiendo agua de un pozo alimentado por una napa subterránea que desciende al río Bío Bío desde la cordillera de Nahuelbuta. Agua pura.
Gracias, entonces, al jurado que me eligió. Gracias sinceras porque, por lo demás, no he postulado a premio alguno, lo que me indica que mi nombre les salió del corazón. O de la razón, lo que no sé si es mejor o peor, todavía.
Y gracias a la empresa que da el premio. Premiar periodistas es labor samaritana. Mejor que el Hogar de Cristo o la Teletón, en la medida en que no se convoque, paradójicamente, a la prensa.
Sugiero a la embotelladora que también se incluya, en galardones paralelos, a zapateros remendones, desmontadores de neumáticos en vulcanizaciones, panaderos, imprenteros, empastadores de libros, ebanistas y expertos en injertos de árboles frutales, para que se consolide la idea de que lo que se premia es el ejercicio de un oficio, el día a día de las letras, y no la ruma de certificados, con sus timbres y estampillas, ni la galería de cargos, ni, menos todavía, la trenza de contactos, pitutos, militancias, genuflexiones (para no usar imágenes obscenas) favores y deudas. Así debiera ser.
En suma, muchas gracias. Gracias por mí, pero también gracias por La Radio. Este premio es, en gran parte, mayoritaria parte -seamos sinceros-, un premio a Radio Bío Bío. Un premio a un proyecto que nació en 1958, en Lota, con radio El Carbón. Un proyecto que mi padre no sólo ideó, parió, construyó, afianzó y encauzó, sino que es un proyecto que sigue siendo fiel –y esperamos no tropezar nunca en ello– a lo que mi padre quiso. Eso es lo que más se merece un premio: la idea de un medio de comunicación al servicio de la gente, sin cálculos, sin ideas de trampolín para lanzarse a otra piscina. Señoras y señoras, muchas gracias.
2.- Reflexiones sobre el oficio:
Lo primero es que trataré de evitar, probablemente, sin éxito, el peligro de todo discurso, que es terminar pontificando. Imagínense: yo de pontífice. Pondría mis condiciones eso sí: fin al celibato y, por supuesto, me negaría a usar esas polleras que usan los pontífices. Báculo sí usaría: más de alguno con que me cruzo merece un garrotazo, y los báculos papales y obispales, a veces pesados con tanto oro, deben ser buenísimos para tal efecto.
Bien, no nos desviemos, aunque el tema provoque curiosidad malsana.
Entonces: evitar pontificar. Porque el periodismo debiera estar lo más lejos posible de los pontífices: los de las religiones, la política, los negocios, la banca, el capital, la revolución, la involución, las dietas, las verdades reveladas, las ideologías, la numerología y tantos etcéteras. O sea, lejos de las certezas. El periodismo sólo se sostiene en su falta de certidumbres, en la duda permanente, en el escepticismo, en la incredulidad.
Vivir poniendo en duda todo puede, es cierto, generar angustia. Pero si no se busca el poder, la certeza mayor que te da el poder y, por consiguiente, la posibilidad del abuso –porque eso es el poder: la posibilidad de abusar–; si no se busca esa certeza, se puede vivir de lo más bien.
¿Cómo vivir en el ejercicio de la duda? Aventuro una respuesta: haciéndolo desde la sensibilidad. Sensibilidad para entender al otro. Hacer el ejercicio de despojarse de lo propio –las ideas, los odios, las fijaciones– para intentar reconocer, conocer, entender lo ajeno.
Hay, al menos, dos periodismos. Voy a dejar fuera a esa manga de serviles que, por opción (libero de culpa a los que no tuvieron alternativa), fueron útiles plumíferos de la dictadura. Siempre he sostenido que en dictadura, hacer periodismo es hacer oposición. Si yo pretendiera hacer periodismo en China, hoy, sería agente opositor (y qué bueno que el Premio Nobel de la Paz se haya otorgado a un disidente chino).
Bueno, dejando de lado esto, repito que hay, al menos, dos periodismos: Uno, el que le habla a la gente, porque piensa en la gente y siente que está al servicio de ella. Otro, el periodismo que le habla a los poderes, porque vive en ese rincón restringido y cálido –pero nunca gratis– que los poderes guardan a ese periodismo. Es un rincón un poco humillante, como esas casuchas para los perros guardianes, que te guarece de la lluvia pero que incuba pulgas y garrapatas, pero allí nunca falta el tacho con comida. Sabe mal, pero alimenta. Y, en general, engorda.
Lo que entiendo por periodismo es lo primero: el periodismo es un ejercicio de antipoder. Repartir, difundir, democratizar la información que, si es tenida en reserva por unos pocos, constituye poder. ¿No les suena acaso la figura de “uso de información privilegiada”?
Mi convicción, entonces: lejos de los poderes, que el poder corrompe. Y a más poder o más dinero, más corrupción.
De lo mucho que le debo a mis lecturas –en rigor no he hecho más que repetir cosas que he considerado inteligentes y por otros dichas–, le debo a Albert Camus la mejor definición de patriotismo. Si la bandada de sujetos vociferantes que se dicen patriotas se aproximara a esa definición, algo de eso que se sueña como humanismo sería factible. Escribió Camus, a propósito de la resistencia francesa a la ocupación nazi:
“Fue asombroso que muchos hombres que entraron en la resistencia no fueran patriotas de profesión. Pero el patriotismo, en primer lugar, no es una profesión. Es una manera de amar a la patria que consiste en no quererla injusta y en decírselo”.
Uno podría cambiar el término patria por humanidad y patriotismo por humanismo. Y uno podría considerar que ese ejercicio de humanismo es el buen periodismo.
Para no subirse por el chorro, una advertencia: muchos periodistas estaban o están convencidos que el periodismo es la palanca o instrumento para generar un cambio social. Nica. O sea, no. Quienes piensan así exhiben, quizás sin darse cuenta, una arrogancia y un mesianismo temible. Allí no hay duda, ni cuestionamiento. Los cambios los hacen los pueblos, no el periodismo. Tratemos –termino igual como empecé–, tratemos de no pontificar.
3.- Piloto para un espacio radial en el trasnoche. ¡Invito a que me acompañe (en saxo) Nano González!
¿Por qué te premian? ¿Porque ya eres suficientemente viejo? ¿Por qué ya lo que dices son puras boludeces y tus dichos perdieron filo, agudeza, desparpajo, y te repites como un viejo gagá que no dice nada nuevo ni nada que escandalice? ¿Por eso te premian, porque la lengua te la comieron los ratones? O, mejor dicho, ¿porque tu lengua se pudrió, de desprendió, añeja, agria, inútil?
Sobrevuelas un pedazo de tierra, hermoso por lo demás (bueno, hermoso en lo que va quedando de hermoso, porque lo otro ya lo arrasaron) y te dicen: mira, esa es tu Patria. ¿Qué es eso? ¿Una Patria, La Patria, tu Patria? ¿Para despedazarla y repartirla? ¿Para prohibirla, censurarla, amordazarla? Será mejor, entonces, no tener Patria, y ahorrarnos uniformes, paradas militares, desfiles, aniversarios, profesionales ociosos de la guerra. No, no, no; mejor así: que los militares sigan siendo ociosos y que no ejerzan su trabajo. Digo: no a la guerra. Y agrego: mar para Bolivia, y con soberanía.
En cada uno de nosotros habita ese lobo que ve a los otros como ovejas, y quiere devorárselas. Pero no nos engañemos, los lobos son los lobos de siempre. Se les reconoce por el hedor que van dejando sus meados. No trates de domesticar al lobo. Sácale lustre, aliméntalo con carne cruda y no lo retengas cuando llegue la hora de las dentelladas. ¿Se acuerdan de ese coro, auténtico, maravilloso, porque ponía en duda el orden que es, como todo orden, en el fondo, una prisión? El coro decía: ¡va a quedar la cagada, va a quedar la cagada, va a quedar la cagada…!
Nosotros, asesinos. Esa cualidad última es la que se promueve. No veas al otro como un socio, olvídate del concepto de prójimo (salvo cuando vayas a ese teatro vacío que se llama iglesia). Gánate un espacio, desplazando a otro. Es una lógica asesina. Bienvenidos al carrusel de los depredadores. Nuestro futuro está escrito: feliz regreso al canibalismo.
¿Dónde están los que no están? Bueno, yo lo sé, porque así lo siento: en ningún lado, por algo no están. Chau, listo, se acabó… Pero están. En nuestros recuerdos, en la memoria. Me gustaría que estuviera aquí Galo Gómez. Galo Gómez hijo. Romántico y pendenciero, pero tan buen tipo que sus peleas eran pura bondad. Galito, ¿te mataste o te mataron? No, parece que fue la borrachera y el exceso de velocidad. Te mataste, entonces. Te echo de menos.
Luciérnagas en la noche. Bajo los boldos, vuelan encantadas las luciérnagas de mi niñez y juventud. No las vi por años, casi décadas, hasta que una noche reaparecieron. Allí, en la orilla del Bío Bío. ¡Luciérnagas en la noche de nuevo! Como un mensaje que dijera: no todo está perdido, no todo es derrumbe. La sobrevivencia de las luciérnagas como metáfora de la supervivencia de lo hermoso, de los sueños, de que sigan existiendo luciérnagas para los futuros niños.
Y sí… Quisiera volver a ser un niño. Vivir, aunque sin saber, que todas las posibilidades del mundo están abiertas y disponibles para mí. Eso es la niñez: la infinitud de rumbos, la ausencia, por el momento, de condicionamientos, directrices, guías. El primer día de colegio es el primer navajazo a esa infinitud. Quisiera volver a ser un niño, antes del colegio. Niño, niño. Puro horizonte, posibilidades infinitas. Quisiera ser niño. ¡Y sin premio!
Muchas gracias.

jueves, 14 de octubre de 2010

33 cruces que no fueron

Por Hernán Rivera Letelier
Escritor
(Publicado en el diario El Mercurio de Santiago)

Primero fueron las carpas solitarias de los familiares. Llegaron a la mina con banderas, con santitos, con velas de duelo, con fotografías de los padres, de los esposos, de los hermanos, de los hijos enterrados allá abajo. Mientras comenzaba el rescate, allí se quedaron, día y noche, rezando, llorando, blasfemando, exigiendo justicia, soportando el viento y el tierral inclemente, el calor durante el día y el frío atigrado de la noche. Y cuando todo hacía suponer que el drama terminaría como siempre, que allí, sobre la mina convertida en fosa común, iban a aflorar 33 cruces de animitas, iguales a las cientos que se alzan a lo largo del desierto chileno, sube desde las profundidades el mensaje que estremece a todos: los hombres están vivos.

Fue el comienzo de un espectáculo de espejismo. Como en un desfile de feria comenzó a llegar una muchedumbre que alborotó la tranquilidad del desierto: payasos de semáforos, predicadores evangélicos, actrices de telenovelas, millonarios excéntricos repartiendo millones como embelecos, modelos, humoristas, políticos, presentadores de televisión y miles de periodistas de los más lejanos países del mundo. Y de la noche a la mañana, en medio de un gran desorden y confusión de lenguas, apareció un pueblo de Babel que en su momento de apogeo tuvo una población de más de tres mil personas.

La historia del desierto de Atacama está coronada de tragedias (como una larga muralla coronada de vidrios rotos). Huelgas interminables, marchas de hambre, accidentes fatales, mineros ametrallados y cañoneados a mansalva en masacres inconcebibles. Todo esto a causa de una larga data de injusticias laborales, sociales y morales en contra del minero, injusticias que, pese a los años y a ríos de promesas políticas, se han conservado inalterables, como agrias momias atacameñas. Se dice desierto de Atacama y se entiende drama, explotación y muerte. Por eso ya era hora de que se viviera una epopeya con final feliz. Ya era hora de que la tierra, regada tanto tiempo por la sangre, el sudor y las lágrimas de los mineros, devolviera verdores desde su vientre, devolviera frutos de vida. Aquí sangre, sudor y lágrimas no es una frase vulgar. Yo, que viví cuarenta y cinco años en este desierto, que trabajé en las minas a rajo abierto -sólo dos veces y por muy corto tiempo lo hice en minas subterráneas-, lo puedo decir fehacientemente: el desierto de Atacama está regado de sangre, sudor y lágrimas .

El rescate de los 33 mineros de Copiapó, además de un triunfo de la tecnología, se alza desde este desierto como una lección de vida para la humanidad entera. Una prueba de que cuando los hombres se unen a favor de la vida, cuando ofrecen conocimiento y esfuerzo al servicio de la vida, la vida responde con más vida. Aquí no se trabajó buscando oro o petróleo o diamantes. Lo que se buscaba era vida. Y brotó vida, 33 chorros inmensos. Y a los estallidos de aplausos y abrazos y risas mojadas de lágrimas de la muchedumbre en la mina, y del júbilo de campanas y sirenas de las ciudades del país, se sumó la alegría emocionada del mundo entero. Éramos todos seres humanos conmovidos hasta los tuétanos. Porque a medida que cada uno de los mineros iba subiendo, saliendo, renaciendo desde las entrañas de la tierra, cada uno de nosotros lo sentía como emergiendo desde el fondo de su propio pecho. Fue la celebración total de la vida.

Ya lo he dicho: el desierto está poblado de cruces, testimonios mudos de muerte y desolación. Hagamos por lo tanto de este lugar un homenaje a la vida. No construyamos otro monolito, que son superfluos; no levantemos un monumento, que hay demasiados; no erijamos un santuario, que ya hay los suficientes. Echemos a volar la imaginación y creemos algo nuevo, algo que manifieste a toda la raza humana.

Yo propongo un Elogio de la vida .

Un mensaje para los 33: que les sea leve el alud de luces, cámaras y flashes que se les viene encima. Es cierto que sobrevivieron a esa larga temporada en el infierno, pero al fin y al cabo era un infierno conocido para ellos. Lo que se les viene ahora, compañeros, es un infierno completamente inexplorado por ustedes: el infierno del espectáculo, el alienante infierno de los sets de televisión. Una sola cosa les digo, paisitas, aférrense a su familia, no la suelten, no la pierdan de vista, no la malogren, aférrense como se aferraron a la cápsula que los sacó del hoyo. Es la única manera de sobrevivir a ese aluvión mediático que se les viene encima. Se los dice un minero que algo sabe de esta vaina.

Para terminar, una oración por ustedes, una oración del poeta iquiqueño Jaime Ceballos, síntesis exacta de lo que acabo de decir:

Oración 33

Señor, tú que sabes/ De milagros y esperanzas/ No los abandones.// En esta hora del secuestro/ Rescátalos de sus rescatadores/ No los abandones.// Baja tú antes que los medios/ Infórmales antes que sea tarde/ No los abandones.// Sácalos de los sets de televisión/ Apártalos de las luces que enceguecen/ No los abandones.// Tú sabes que entre cámaras y flashes/ Ya destruyeron la Tragedia./ Pero a ellos, no los abandones.


Hernán Rivera Letelier

Mineros Chilenos: Noticia Mundial

Por Fredys Pradena, Desde España
Hoy la portada de todos los periódicos del mundo es la misma. La fotografía de los abrazos.
The Times, The New York Times, The Herald Tribune, Frantfurter Allgemaine, Le Monde, The Autralian, O Globlo, etc, etc, etc. Todos coinciden
No podría reproducir todo lo que dicen, pero aquí va una muestra de los títulos:
El País: Chile conmueve al mundo
ABC: Rescatados
El Mundo: Y a los 70 días resucitaron.
La Vanguardia: El gran rescate.
El Periódico: Rescate global.
La Gaceta: Piñera vencedor del rescate minero.
La Voz de Galicia: Bienvenidos a la nueva vida.
ADN: Regreso a la vida
20 Minutos: No nos traten como artistas, somos mineros.
Y muchos más que se repiten.
Pienso que ya no hay nada más que agregar al respecto. Anoche cuando salió el último rescatista, di un suspiro de alivio como pocas veces he suspirado. Ya me comenzaba a doler el alma de tanta espera. Me dormí pensando el mundo era más bueno.
Un abrazo y disfrutemos de esta alegría. (Lo que dure)
Fredys Pradena

FRENTE A MARIO VARGAS LLOSA

Muchos años debió esperar el genio narrativo de Vargas Llosa para llevarse el Nobel de Literatura. Un galardón muy merecido para un maestro de maestros, para un hombre que ha escrito -junto a algunas ficciones- muchas realidades.

por José G. Martínez Fernández

Un día de 1969 tuve la ocasión de ver en persona a Mario Vargas Llosa, allá en la Sede Velásquez de la Universidad de Chile, en Arica. El Aula Magna estaba llena de público.
Entre los que yo conocía habían varios profesores universitarios de Literatura de la misma Universidad: Enrique Margery, Eloy Cortínez y Óscar Hahn, entonces un poeta poco conocido y que está, casi seguro, a dos años de coronarse con el Premio Nacional de Literatura.
A mí me había enviado el director del diario LA CONCORDIA, Raúl Garrido García, quien admiraba profundamente al novelista.
En ese mar de público saludé a mis conocidos, entre ellos a Hahn.
Luego Hahn fue acosado por Cortínez, quien le decía que tenía que estar en el escenario principal junto a Vargas Llosa, pero el poeta no deseaba...incluso se puso rojo ante tanta rogativa. Al final, cedió.
En esa mesa de grandes hombres destacaba el ya consagrado Vargas Llosa y el prometedor Óscar Hahn.
Vargas Llosa fue el centro de todas las miradas y sus palabras fueron escuchadas con una actitud silenciosa que señalaba cuánto interés despertaba el autor de "La Ciudad y los Perros".
Habló de los problemas sociales y de Latinoamérica. También de sus vivencias como escritor, como espectador de una sociedad dolorosa y echó a andar un poco su ironía frente a algunos hechos.
Cuando el director de LA CONCORDIA me pidió que le contara qué había sucedido le conté algo de aquello. Al día siguiente el título principal del diario llevaba una frase de Vargas Llosa.
Hoy, a 41 años de ese hecho, tengo una sensación sublime al recordar al novelista hacedor de una narrativa histórica, testimonial, irónica, alegre...
Yo leí, posteriormente, varios libros del gran arequipeño...En 1971 ó 1972 los comenté en el diario señalado.
Si hay un novelista grande vivo en la lengua española Mario Vargas Llosa lo es.
Sus novelas nos han marcado tanto como las de García Márquez, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Roberto Bolaño...Hombres que cuentan las vivencias -dolores y alegrías- de otros hombres, los hombres corrientes; que, sin embargo, dejan de serlo cuando los novelistas mayores los hacen personajes de sus textos.
El Premio Nobel a Vargas Llosa es lo más justo que pudo haber hecho la Academia Sueca. Ya estaba bueno de tramitaciones.
En 2007, días antes que se otorgara el Nobel de ese año, escribí una crónica publicada en varios medios que titulé VARGAS LLOSA MERECE EL NOBEL...No se le otorgó. Fue una injusticia.
El gran novelista peruano merecía ese galardón desde hacía muchos años.
Alumno aventajado de Flaubert, el grande narrador del siglo XIX; y de dos maestros del siglo XX: Faulkner y Dos Passos, en estos últimos, también reconoce influencia García Márquez.
LA CIUDAD Y LOS PERROS, CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL, ELOGIO DE LA MADRASTRA, LA FIESTA DEL CHIVO y muchas obras suyas nos cuentan la epopeya de la Latinoamérica tocada por la espuma oscura de las dictaduras, de la injusticia, y también de la realidad viva de las diferentes existencias humanas...
Es un MAESTRO y qué MAESTRO.
Como alguien dijo tras este Nobel...No ganó VARGAS LLOSA, el Nobel ganó con VARGAS LLOSA.
En el fondo de sus tumbas han de aplaudir Vallejo, Neruda, la tierna Mistral y todos aquellos líderes de la palabra bella en lengua española del siglo concluido hace una década.
El Perú ha de estar de fiesta.
Mario Vargas Llosa es un genio y el Nobel un producto añadido a ese genio.
José G. Martínez Fernández